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sábado, 27 de marzo de 2010

Víctor Vimos – Riobamba, Ecuador

El Fin


Eso. La intemperie de la noche abrazándome los ojos, el cuervo envenenado que reclama su lugar en el corazón, los zumbidos horripilantes del aire rompiéndose el mentón contra el mundo. Es tarde, se han descompuesto los relojes y sin embargo este envejecer no para, no para, no para, cuelga de mi cabeza ahora mismo una bandada de pájaros enfermos, que quieren escupir por mis narices su óxido pálido, nadie me dejará flores en la puerta esta noche, nadie averiguará por mis dolores, a veces pienso que debí haber roto la caja de cristal en la que me encierro cuando tuve tiempo, cuando el verde prado ocupaba mis manos, no este rastrojo que soy frente al espejo, no estos botones que se cubren los huecos para no ser botones, no, nada de esto, lo que dejaron de mí las botellas, los falsos intentos de hacer las paces con el fango, de esconder la pólvora en los zapatos, nada de esto, siempre tuve miedo a los adioses, por eso olvide la palabra distancia en la boca de una mariposa, y ahora es tan atroz la idea de no ser niño, de abandonar por veranos enteros las rodillas que se derretían bajo el sol, el frágil cantar del agua antes de la escuela, ahora que puedo confesar que he dormido en los parques, por eso repito que he escuchado crecer a las flores al arrullo del alba que va rayando el pecho, qué lejano era el mar entonces, solo se podía llegar a él después de beberse un kilo de estrellas, después de repartir el torso en las cantinas, y fumar hasta los velos del vestido de la hermana, ahora el mar es una palabra que dibujo, que la tomo en mis manos, que la levanto como a un animal enfermo, no vendrás a dejarme flores esta noche, no importa, yo tengo el mar aunque siempre tendré miedo a los adioses, por eso no dejaré de revisar las cartas para asegurarme que en algún lugar, algún momento, cuando mis huellas dejen de ser las de una sombra errante y se conviertan en algo útil como un abrazo, hoy no tengo ganas de nada, bueno sí, de meterme en las piletas de los parques, de subirme a los postes de alumbrado, de apedrear los vidrios de las iglesias, de sentarme a ver cómo amanece detrás de esta ventana, voy a sacar la cajita de música que tengo bajo la almohada, voy a asfixiar con amor de loco a la bailarina que hay dentro, seguro me invita a enterrarla en sus tinieblas, me hace tanta falta una hamaca, un río que magulle afuera, una cerveza, el techo estorba, quiero la luna, las nubes moradas de la madrugada, no importa que no me dejes flores en la puerta esta noche, que no averigües por mis dolores, siempre es igual de atroz cuando dejo de ser niño, pienso en pistolas, en ventanas, en somníferos, siempre por este maldito silencio que encuentro al volver a casa, cuando lo único que necesito es un arrullo.