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domingo, 7 de marzo de 2010

Mía Riverol - Haedo, Buenos Aires, Argentina

Vano ruego

En este descanso hambriento de mi estrepitosa mente, veo,
los mil obedientes condenados a decir sí,
las pocas rocas que acumuló,
las saturadas risas provocadas por la etérea frigidez de su alma,
en la que navegan, errantes, los deseos de cien niñas.
Cuando intento dominar esas brasas que con justicia se acumulan
en la más cierta de mis miradas, las azules,
se multiplican, se esparcen por el espacio que me asfixia
con la presión propia del exceso de oxígeno;
Te grito, obsecro que me salves, que no dejes de intentar llevarme contigo
a tus penumbras, no importa cuántos Argos debamos sortear,
que se esfuercen ellos en atrapar esta maldición que cargo
en las curvas perfectas, impolutas de esta espalda que nace en mi infierno
y muere sola, ardiente y arrepentida.
Mis aullidos no llegan a ti, ¿por qué te empeñas en negar que estás ahí?
si te he enroscado hábilmente, mil vueltas, sin dañarte, sí, yo lo hice,
lo sabrás siempre, en tu túnel al que todas quieren llegar, lo sabrás en tus ideas,
esas tan dulces que suelen desvelarme, lo sabrás siempre.
No despiertas, no me esperas, no me salvas y yo, qué sé
que he oscurecido tus doradas noches,
reclamo tu perdón,
para poder así, dejar yacer, en este intermedio vital, la suciedad que te he legado.

Imperativa

Perturba cada uno de mis rústicos desdenes,
con las saladas palabras que me haces callar,
rompe con la fragilidad eterna de mis oídos rígidos, hartos de esperar.
Círculos sin fin, envuelven las almas de los que amaron,
no me gusta verlos, no quiero sentirlos.
Toma las empecinadas rocas que te dejo,
desaparecen en un eterno resurgir, hasta el infinito, en el que tu desorden me ubica.
Bebe sin misericordia la vileza que desprenden ellos,
obedece y pertúrbame, rómpelos, tómalas,
bébeme.